domingo, 27 de enero de 2008

Capítulo XIX

Capítulo XIX

Harry regresó a un mundo que creía olvidado. Ante él, se erguía una gran ciudad en ruinas que despertó en su corazón la nostalgia del pasado y el dolor de una vida perdida en las tinieblas. Las calles oscuras se extendían ante sus pies, cubiertas de una niebla densa y pesada que le impedía respirar con libertad. A los bordes, edificios y casas abandonadas, con ventanas tapiadas y jardines destrozados, lo observaban en silencio. Sus pasos resonaban ante el mudo vacío, y solo el aura de la noche acompañaba su lento caminar.

Avanzó pesadamente. Los faroles rotos de la avenida no emitían luz alguna para iluminar la calle, haciendo del lugar un oscuro sendero, escabroso de caminar. De pronto, un grito en la penumbra rompió el silencio y alteró sus sentidos. Un alarido proveniente de un oscuro callejón a unos metros de él. Despacio, se acercó, empuñando su varita escondida entre los pliegues de su capa negra. Se detuvo a la entrada del callejón, justo cuando otro grito se escuchó delante de él.
- ¡¡¡NO, POR FAVOR, NOOO!!!
- ¡JA, JA, JA, JA, JA!
- ¡¡BASTA, DÉJENLO, POR FAVOR!!
- Claro, ¡asquerosa muggle!
- ¡Ja, Ja, Ja, Ja!
¡PUM! El cuerpo de un hombre cayó de las alturas sobre unos botes rotos de basura. Una mujer con el vestido desgarrado y manchado de sangre corrió hacia él. Mientras, dos encapuchados con máscaras reían a carcajadas ante su desesperación.
- ¡Ben, Ben, por favor, despierta, no me hagas esto!
Pero el hombre estaba completamente inconsciente, con sangre escurriendo de su cabeza.
- ¡¡POR FAVOR, NO TE MUERAS!!
- ¡JA, JA, JA! – reían los otros dos.
- Ahora es tu turno, sucia muggle. – dijo uno de ellos.
- ¡NO, NO ME HAGAN DAÑO, POR PIEDAD!
- Sucia muggle, todos ustedes no deberían siquiera existir.
La mujer trató de levantar ella sola el cuerpo inmóvil del hombre, pero no logró moverlo ni un centímetro, entonces se aferró a el con fuerza, mientras uno de los encapuchados se le acercó y la alzó con su varita. La mantuvo unos segundos por sobre su cabeza y luego la lanzó contra la pared opuesta. La mujer se lastimó el brazo, gritando de dolor.
Harry vislumbró la terrible escena desde una esquina, sintiendo un gran odio hacia aquellos magos burlones.
El encapuchado levantó nuevamente a la mujer y la lanzó contra los botes de basura cuando, repentinamente, quedó levitando en el aire.
- ¡¿Pero qué rayos…?!
Ambos voltearon hacia atrás y vieron a Harry, apuntando a la mujer. Lentamente la mujer descendió junto al hombre inconsciente.
- ¡¡¿CÓMO TE ATREVES A INTERFERIR CON NUESTRA DIVERSIÓN?!!
- Será mejor que los dejen en paz, si no, se las verán conmigo.
- ¿Ah, sí? ¿Y quién demonios eres tú?
- No tengo porqué decirte mi nombre.
- Pues, no me interesa saberlo. Lo que necesito saber ya lo sé, que eres un idiota por meterte con nosotros, y morirás por ello.
Apenas si se distinguía el rostro de Harry en la oscuridad, y menos con la capucha que traía, así que aquellos hombres nunca le dieron la importancia que él realmente se merecía. Ambos alzaron a un tiempo sus varita y le apuntaron directo al pecho, invocando un avada kedavra, pero el rayo de luz verde chocó contra el borde del callejón, porque Harry ya no se encontraba ahí, sino que había aparecido detrás de ellos en tan solo segundos. Los magos voltearon rápidamente, pero aún así fueron descuidados y cayeron fácilmente ante la trampa de Harry, quien los lanzó por los aires sin ningún esfuerzo. Cayeron petrificados de miedo, quitándose las máscaras. Ante el asombro de Harry, ellos apenas si alcanzaban los 17 años de edad. Entonces lo miraron fijamente y salieron huyendo, despavoridos, perdiéndose en la oscuridad de la noche.
Una vez que se fueran de ahí, Harry se volvió hacia la mujer.
- ¿Estas bien? – le preguntó. Ella lo miraba aterrada, aferrándose al hombre que trataba de despertar.
Harry le ofreció su mano para ayudarla a levantar, pero se retiró como si fuera la misma muerte la que estuviera frente a ella. El hombre despertó en ese momento, y apenas distinguió la presencia del Joven Istar, se levantó con dificultad y ambos salieron corriendo como pudieron, mirando hacia atrás de vez en cuando, antes de desaparecer también en la bruma de la oscuridad.

Harry permaneció un largo rato parado en aquel callejón vislumbrando la oscuridad. La bruma volvía estar quieta, el silencio volvió a reinar. << ¿Qué ha pasado en este mundo? >> Se preguntó al recordar el terror con el que le miraban aquellos no magos, y la forma en la que esos aprendices se comportaron fue aún más perturbadora.
Retomó de nuevo el camino central completamente vacío. Caminó lento, siempre atento, y conforme lo hacía, más y más sitios abandonados y destartalados aparecían, locales cerrados y protegidos con barras de acero y cristales rotos. La oscura noche lo cubría, así que parecía más una sombra furtiva que se desplazaba sin emitir sonido alguno. Fue entonces que se percató de que ya no estaba solo en el camino. Dos personas encubiertas por capas negras aparecieron entre las sombras de la calle a unos metros de él y comenzaron a caminar, siempre pendientes de no ser seguidas por nadie más que sus sombras. Harry distinguió que eran brujas, y que iban en guardia, con la varita en sus manos ocultas entre los pliegues de la ropa. El Joven Istar se decidió a seguirlas hasta que las brujas se detuvieron frente a la entrada de un viejo y sucio local abandonado, apenas distinguible entre los edificios, una taberna escondida que tenía en el dintel el nombre “El Caldero Chorreante”. Paradas ante la entrada, miraron en todas direcciones para asegurarse de que no había nadie alrededor, luego, abriendo la puerta, entraron en el lugar. Segundos después, Harry entró detrás de ellas.
Ya en el interior, vislumbró el lugar, algo familiar ante sus ojos, sin saber porqué. Mesas cuadradas de madera ocupadas por unos cuantos magos hablando en secreto, con temor; el cantinero, en la barra, se encontraba sirviendo un par de bebidas a las brujas recién llegadas, mientras ellas hablaban con él de algo que parecía ser muy importante. Todos parecían estar vigilando cada rincón, recelosos y preocupados, como si temieran que alguien pudiera aparecer de repente. Y así fue que, al entrar Harry, su mera presencia en el umbral provocara un silencio de ultratumba en el interior. Ahora, una docena de rostros lo observaban con espanto y recelo, mas no reconocieron el rostro bajo la capucha por la escasa luz del local, y el Joven Istar tampoco hizo un esfuerzo por ser reconocido. Lentamente, Harry se encaminó más al interior, buscó una mesa vacía y se acomodó, precisamente en la más escondida y alejada de todas. Por el rabillo del ojo distinguió que las brujas unían más sus cabezas para hablar cuando el cantinero, temblando de pies a cabeza, se acercó a Harry.
- ¿D-desea tomar algo… a-amigo? – preguntó tratando de controlar el miedo de su voz.
- Solo agua, por favor – contestó Harry sin siquiera levantar la cabeza para mirarlo, sus ojos se mantuvieron fijos en el titilante resplandor que emitía la vela casi extinta de su mesa.
- C-como guste. A-ahora se la traigo.
Y se marchó rápidamente, con el rostro más relajado ante la petición de solo agua y de poder regresar a su barra. El Joven Istar notó que las brujas interrogaron al cantinero acerca de él, entonces una de ellas se descubrió el rostro, dejando ver sus facciones de sorpresa, sus ojos negros y brillantes no se apartaban del lugar donde se encontraba Harry. Durante un momento, ella y su compañera discutieron en voz baja. Entonces, la chica que se descubrió el rostro se acercó cautelosamente hacia él, buscando su cara bajo la capucha. Pero, una vez más, la tenue luz de vela no era suficiente para descubrir sus rasgos.
- ¡Romilda!, ¿qué haces? – habló la otra bruja a la chica que se aproximaba a Harry.
Sin previo aviso, ella se sentó frente a él, decidida.
- ¿Quién eres? – Preguntó directo - ¿Qué quieres aquí?
Harry alzó solo la vista, pero no contestó. La chica lo miraba con ojos brillantes tratando de distinguir a quien estaba bajo la capucha. Fue entonces cuando la puerta de la entrada salió disparada por una explosión producida desde el exterior. En el umbral apareció una docena de figuras enmascaradas armadas con varitas de color negro. Los ocupantes del lugar quedaron petrificados del terror. Algunos que reaccionaron intentaron salir corriendo del lugar, pero fueron detenidos por los enmascarados.
Romilda, que así la llamó la otra bruja, corrió al lado de su amiga y ambas sacaron sus varitas, poniéndose en guardia. Su compañera también se había descubierto el rostro. Las dos jóvenes brujas lucían pálidas y aterradas, pero dispuestas a combatir a sus enemigos. El resto de personas que ahí se encontraban, estaba tirados en el suelo, llenos de terror. Incluso el cantinero se escondió tras la barra.
- Vaya, vaya. Pero si son Romilda Vane y Demelza Robins, nuevas reclutas de la Orden del Fénix.
- Zabini, Crabbe y Goyle – respondió Romilda, haciendo frente a su adversario con valor – Veteranos mortífagos. ¡¿Qué hacen aquí?!
- Venimos en búsqueda de un desagradable sujeto que se ha atrevido a enfrentarnos y ha evitado que los jóvenes aquí presentes – y señaló a un par de enmascarados, mismos con los que Harry luchó – terminaran su iniciación y que cumplieran las órdenes del Señor Tenebroso. Sabemos que no fueron ustedes, ya que son muy incompetentes como para detenerlos, pero queremos que nos digan quien fue, seguro que lo saben.
- Pues te equivocas. Y, aunque lo supiéramos, nunca se los diríamos.
- Bueno, no me importa. Las tenemos a ustedes y a todos estos miedosos traidores. Así que nos divertiremos antes de encontrar a aquel…
- ¡Es él, es él! – gritó uno de los chicos señalando el fondo de la taberna donde se hallaba Harry, tranquilamente sentado.
- Muy bien, dos pájaros de un tiro.
El tal Zabini se aproximó a él decidido, mientras los otros desarmaban y tomaban como prisioneras a las brujas, que intentaron defenderse, pero no lo lograron siendo 2 contra 11. Harry escuchó, pero no dejó de contemplar la luz de su mesa. Aún no era el momento de actuar.
Justo cuando Zabini estaba a un metro de él, un grupo de magos, 7 en total, con túnicas negras, igual que las dos brujas, aparecieron de la nada, todos en guardia. Se descubrieron las cabezas dejando ver sus rostros.
- Mira nada más que nos trajo el viento de la noche, el escuadrón elite de la Orden del Fénix, o sea, la familia Weasley y compañía.
- Será mejor que las dejen ir. – dijo con fría calma una bella mujer de cabello castaño y ojos color avellana mientras les apuntaba elegantemente con su varita.
- Si no ¿qué harás?, asquerosa sangre sucia.
La mujer blandió su varita con desenvoltura y el hombre terminó volando patas para arriba, como si colgara del techo sujeto por los tobillos. Entonces el duelo comenzó. Una gran cantidad de chorros de luz chocaban en todas partes. Los clientes del lugar se escondían bajo las mesas y sillas para librarse de los maleficios, algunos lograron escapar. Los recién llegados eran muy buenos, logrando someter a la mayoría de los mortífagos, excepto Zabini, Crabbe y Goyle. Fue entonces, cuando uno de los jóvenes mortífagos lanzó con su varita una de las mesas hacia la espalda de la chica de cabello castaño, quien luchaba con otros dos.
- ¡Hermione! – gritó uno de los pelirrojos altos al otro extremo de la sala.
La chica apenas giró al ver la mesa embestirla, y tan solo consiguió cerrar los ojos antes de sentir el inminente golpe. Pero éste nunca llegó. Abrió lentamente los ojos y contempló la mesa a un par de centímetros de su rostro, suspendida en el aire. Se apartó de ahí y fijó su mirada en la varita qua la había detenido.
El Joven Istar se encontraba de pie, apuntando a la mesa, que dejó caer luego de unos segundos, cuando la chica se movió. Su rostro seguía cubierto, pero la luz del lugar se reflejaba en sus anteojos. Fue en aquel momento en que Zabini aprovechó para lanzar la maldición de muerte a Harry, pero éste, atendiendo a las habilidades adquiridas con el viejo Cathba, logró esquivar con una velocidad impresionante. Entonces de descubrió el rostro, revelándose ante los demás.
Los mortífagos se tornaron de un pálido papiro en sus mejillas, al igual que el resto de los que aún permanecían en el lugar.
- No… no… no puede… no puede ser. Tú… tú estas…estás muerto. Él te mató. – murmuró Zabini con un hilo de voz.
Nadie más podía articular palabra alguna. Repentinamente los mortífagos desaparecieron.

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