domingo, 27 de enero de 2008

Capítulo XIII

Capítulo XIII


Harry se quedó contemplando el rostro feliz del viejo por unos minutos. En ese momento la puerta se abrió nuevamente y Vána apareció en el umbral. Observó la escena con detenimiento, clavó la mirada en los ojos de Harry, y encontró que expresaban una gran tristeza, luego posó la vista en el cuerpo inerte del que fuera su abuelo, la única familia que conoció durante su vida. Y no hubo necesidad de palabras para expresar lo que sentía, su rostro lo decía todo. Se acercó a él lentamente, mientras unas finas lágrimas de cristal resbalaban por sus mejillas. Acarició el rostro aún tibio de su abuelo y lo besó en la frente. Luego susurró solo para él:
- Vanta maara, Atar. Namárië ar tenn'oio.
Y sin mirar atrás, salió de la alcoba.
Harry salió tras ella casi de inmediato.
- ¡Vána! - la llamó, pero no hubo respuesta. La chica salió de la casa sin desviar la mirada.

Pasó la tarde entera, y no fue si no hasta la noche cuando la puerta de la cabaña se abrió nuevamente, y la figura empapada de una jovencita yacía de pie en el umbral. Harry se levantó de la silla en la que se hallaba sentado, frente al fuego, y la contempló. En la oscuridad sus ojos verdes reflejaban la luz de la hoguera.
- Vána. - la llamó Harry con suavidad.
Ella alzó la vista. El joven Istar distinguió la tristeza de su mirada, supo que había llorado. Caminó despacio hacia ella. Se detuvo a un palmo de su rostro. Vána solo levantó la vista y la clavó en sus ojos. Con un movimiento rápido se aferró a él y comenzó a llorar.
- Tranquila, ya estoy aquí. – le susurraba Harry.
- ¿Por qué?, ¿Por qué me dejó sola?, ¿Por qué se fue? – decía entre lágrimas. – Lo extraño demasiado, no podré vivir si él. Ahora si estoy completamente sola.
- No estas sola, porque yo estoy contigo.
Vána lo abrazó más fuerte aún. Harry se sentía confundido mientras la tenía en sus brazos.
- Vamos, - exclamó Harry de pronto – primero necesitas cambiarte esa ropa mojada, sino enfermarás.
Con paso lento, Vána se dirigió a su alcoba para cambiarse, mientras Harry regresaba a su asiento frente al fuego.

A la mañana siguiente Harry se levantó temprano. Se disponían a llevar el cuerpo de Cathba al lugar donde descansarían sus restos. Muchas personas salieron de sus casas para vislumbrar la procesión que acompañaba al viejo, pero no se acercaban, por temor a Vána principalmente. Pero mientras caminaban, un pensamiento apareció en la cabeza de Harry y no lo abandonaba, rondándolo como un buitre que vuela sobre un trozo de carne muerta, listo para caer sobre él. Todo lo que Cathba le dijo acerca de cómo llegó ahí y de cómo podría regresar. Ahora pensaba seriamente en buscar a Mebd.
- ¿En qué piensas? – preguntó Vána, que iba a su lado.
- En nada importante.
- ¿Aún buscas la forma para regresar al lugar de donde vienes?
- Sí.
- Mi abuelo pasó mucho tiempo intentándolo, si él no lo logró, jamás lo lograrás tú.
Al decirlo le dirigió una mirada seria y se adelantó en su caminar, dando por terminada aquella pequeña conversación.
Finalmente llegaron al lugar, un cementerio en una hermosa colina. En lo más alto yacía un pedestal de piedra. Cuidadosamente colocaron el cuerpo del viejo debajo y permanecieron con el un rato. Luego regresaron a la casa todos en silencio.

Aquella tarde se la pasó lloviendo a cántaros, como si el cielo estuviera llorando junto con aquellos que extrañaban al viejo Cathba. Vána continuaba melancólica y Harry sentía que él no podía consolarla sin que ella malinterpretara sus sentimientos pero, ¿de verdad solo la quería como una hermana? No, muy en su interior algo surgía y su fría cabeza calculadora intentaba ocultar y negar al mundo.

Habían pasado un par de días desde que muriera Cathba, y Harry ya comenzaba a planear su partida. Tenía miedo de dejarla nuevamente, pero sentía que debía seguir con su camino. Poco a poco empezó a alejarse de ella, evadiendo todos sus encuentros. El día previo a partir, Harry permaneció todo el día en el bosque, para no verla, pero no contaba con que ella lo estaría esperando en la puerta de la cabaña al atardecer, cuando regresó.

- Mañana te irás, lo sé. – Le dijo en cuanto Harry entró – Has estado evitándome desde ayer.
Pero él no contestó nada, pues era cierto. Vána se acercó a él lentamente y fijó sus ojos en los suyos.
- Dime, ¿sigo siendo una niña para ti?
Aquella pregunta sorprendió a Harry, quien ciertamente, quiso responder que no, que ya había madurado y se había convertido en una adolescente hermosa que aparecía cada vez más frecuente en su pensamiento. Pero aún y en ese momento, cuando su corazón calladamente se engañaba, su sentido común predominó, << '14 no es mejor que 12, yo tengo 20 y jamás podría…' >> pensó.
- ¿Lo sigo siendo? - insistió ella, sin desviar la mirada.
- Has madurado mucho en estos dos años. Ya no eres una niña. - Ella sonrió. - Pero para mí, aún no…
- No soy suficiente. – bajó la cabeza un instante y se dio media vuelta - ¿Para que regresaste?, - preguntó, aún dándole la espala – no fue solo por mi abuelo, ¿o sí?
- No, - contestó el, poniendo los brazos en sus hombros - no solo fue él, también tú, quería saber como estabas.
- Claro, tanto te importo. – dijo con sarcasmo.
- No es justo. – exclamó Harry, dolido.
- ¿No es justo?, - se giró para quedar nuevamente frente a él – te diré lo que no es justo: que te ame más que a mi vida y a ti ni te importe, que no pueda pensar en nada más que en ti, día y noche, esperando por una caricia tuya, no de hermano, sino de hombre, ¡eso no es justo!
Sus ojos brillaron más a la luz del fuego.
- Vana…
- ¿Por qué no te largas de una vez por todas y nos evitamos todo el melodrama?
- No quiero que las cosas se queden así entre nosotros.
- ¿”Nosotros”?, ¿Qué “nosotros”?, ¿acaso existió un “nosotros” alguna vez?
- Vana, por favor. Tal vez con el tiempo…
- Con el tiempo… ¿Qué?, ¿llegarás a quererme como yo a ti?, o ¿llegaré a olvidarte como tú a mí?
- No es tan fácil como crees.
- Lo que daría por que fuera fácil… – Le dijo. Se volvió para darle otra vez la espalda. – Te amo, Harry, pero ya no esperaré por siempre.
Y se marchó.

A la mañana siguiente Harry se levantó muy temprano, aún no amanecía. Vana continuaba dormida en su alcoba. Muy silenciosamente, el joven Istar fue a despertar a Alicia, el hada, quien acostumbraba dormir en un saco junto al fuego.
- Es hora de irnos.
- AAAHHHUUU… pero… pero, ¿no nos despediremos?
- No puedo despedirme de ella. Si la veo, jamás me iré.
- Vaya, vaya, ¿no que solo era una niñita caprichosa?
- Yo jamás lo dije con esa intención. Ahora levántate.
- Lo sé, pero eso te gustaría que fuera. Y que a ti no te importara tanto.
- Cállate y recoge tus cosas.

La luz del sol de otoño apenas se asomaba entre las colinas y las nubes grises cuando por fin abandonaron la aldea de Utice, y durante su camino Harry iba reflexionando en sus sentimientos. ¿Por qué le dolía tanto dejarla?
- ¿Estás seguro de querer irte ahora?
- ¿Por qué lo preguntas?
- No te ves muy convencido que digamos.
- Pues para ser honesto contigo, Alicia, no quería irme, no quería dejarla sola, se lo prometí a Cathba.
- Claro que no querías y no quieres, pero no por la promesa al viejo, sino por que la amas, aunque trates de negarlo una y otra vez.
Harry se detuvo en seco al escucharla. No quería admitirlo, pero lo que Alicia decía probablemente era verdad.

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