domingo, 20 de enero de 2008

Capítulo II

Capítulo II.

El viejo había vuelto con algo en las manos, eran unos lentes de armazón redondo color negro. Se los dio para que los probara.
- ¿Qué tal ves ahora? – preguntó el viejo.
- Aún veo borroso.
El anciano tomó su varita y tocando las gafas dijo:
- Lentis reparo.
Los cristales de las gafas empezaron a girar y a cambiar de grosor y color, hasta que quedaron otra vez transparentes y un poco más gruesos, pero ahora él veía perfectamente.
- ¿Qué tal ahora?.
- Ahora veo muy bien, están perfectos.
Y era cierto, los lentes le quedaban perfectos y veía todo a detalle. Ahora pudo examinar bien los rostros de las personas que estaban con él. El anciano era un hombre alto y elegante, se veía muy fuerte aún. Su cabello era gris oscuro combinado con canas muy blancas, sus ojos claros eran graves y profundos, llenos de sabiduría y cansancio por el tiempo. La niña, por otra parte, reflejaba la vitalidad y el ímpetu de la juventud, ahora que la veía mejor, ya no parecía tan pequeña, unos once o doce años tendría en su haber, su rostro angelical de tez fina y suave como la porcelana, brillaba con luz propia, sus ojos penetrantes llenos de curiosa inocencia lo miraban sin pestañear, parecían como dos fosos profundos, negros y misteriosos como la noche misma, su cabello quebrado color castaño bajaba en suaves ondas por su espalda hasta donde ésta finalizaba.
Un extraño sentimiento surgió en él. Aquella niña, símbolo de inocencia y juventud, le daba fuerzas, como si de ella emanara una energía poderosa que lo invadía y eliminaba de él todo el dolor de su alma, el pesar de su vida sin recuerdos lo iba abandonando solo con verla.
- Bien Istar, ahora que ya estas mejor, puedes contestar mi pregunta, ¿qué hacías solo en ese lugar tan horrible?.
- Ya le dije que no sé como llegué hasta ahí, lo único que recuerdo es que estaba parado en medio de la nada y que estaba herido.
- Eso ya lo sabemos nosotros. Así que no recuerdas nada, ¿sabes al menos de donde vienes, o eso tampoco?.
- Él viene de un lugar llamado Londres, acaba de decírmelo – comentó Vána, sin dejar de mirarlo.
- Así que vienes del otro lado – afirmó el anciano.
- ¿Del otro lado?.
- Sí, del otro lado de Morannon.
- ¿Qué es Morannon?. – preguntó el chico, intrigado.
- Es el Portal Negro. Es una gran puerta de piedra caliza tallada, adornada con un arco de hierro, que conecta este mundo con Ambaria, el mundo del vacío. Son muy pocos los que han llegado a conocer ese Portal, y son menos aún los que han logrado cruzarlo, ya que si lo haces no regresas, porque te mata. Para empezar, es muy difícil llegar hasta él, nadie que yo haya conocido ha sobrevivido siquiera para contar que lo vio de cerca, ya que se encuentra en Gawthi–Tauron, el Bosque de las Sombras. Los que se adentran en ese bosque, se dice que ya no vuelven, y si lo hacen es por que ya son espíritus que no saben que han muerto.
- Y si nadie ha vuelto, ¿cómo es que se sabe todo eso?.
- Fácil, yo he entrado ahí, por poco no regreso la primera vez. Logré ver el Portal desde lejos, pero todos los que iban conmigo murieron de formas horribles, pero yo no. Algo ahí me consideró especial, ahora he podido entrar cada vez que quiero, aunque no puedo durar ahí por mucho tiempo y no puedo acercarme al Portal. No ha existido nadie que haya venido del otro lado, tú debes ser el primero, debes ser muy poderoso para haber sobrevivido. Lo de la gente que no regresa es cierto, que yo sepa, solo yo puedo acercarme ahí. Por cierto, mi nombre es Cathba, y ella es mi nieta Nemaín, la llamamos Vána, por su madre.
- Yo ya me presenté, Atar.
- Esta bien, esta bien, no me regañes. Bueno, ya es tarde, ¿tienen hambre?.
Los dos asintieron. El hombre se levantó y se dirigió a la cocina, mientras el joven Harry Potter se levantaba para ir a desayunar con aquellas personas.

Al entrar a la cocina divisó por la ventana un hermoso paisaje verde.
- ¿En qué lugar estamos?. – preguntó lleno de curiosidad.
- ¿Quieres conocer el lugar?.
El muchacho asintió.
Harry salió de la casa acompañado por el anciano y la niña, que en cuanto le dio la luz del sol, corrió hacia los campos hasta perderse. El chico se percató que la casa donde estaba era una pequeña cabaña sobre una colina, desde donde se divisaba a lo lejos una aldea rodeada de bellos campos cultivados. Parecía estar a miles de años de su hogar (Londres), hacia el pasado o hacia el futuro, él no lo sabía.
- Ésta es la aldea de Útice – comentó el viejo Cathba, - es una aldea de no-magos, como podrás darte cuenta. Nosotros estamos muy alejados de las grandes ciudadelas, demasiada gente no es buena para la salud.
- ¿Ellos saben que nosotros existimos?, es decir, ¿saben que existen los magos?.
- Claro, esas gentes respetan mucho a los Istari, nos toman como maestros y consejeros, generalmente recurren a nosotros por ayuda, siempre y cuando tengan una buena excusa, es decir, que realmente no puedan resolver sus problemas ellos solos.
- ¿En año estamos o en qué época?.
- Es el año 796 de la Cuarta Era. Pero cómo tú no eres de aquí, sería mejor ni preguntar. Apuesto que el lugar de donde vienes, tu mundo, se compone de grandes tecnologías para facilitarles la vida a los no-magos y ellos no saben que ustedes existen.
- ¿Cómo sabe eso?. – preguntó Harry, que tenía nociones del lugar de donde venía.
El viejo Cathba solo sonrió.
- Si quieres sobrevivir aquí, Istar, no solo debes saber de magia, sino también debes aprender a pelear, usar la espada y luchar cuerpo a cuerpo, si es necesario. Este es un lugar todavía muy salvaje y debes aprender a defenderte. No te preocupes, yo te enseñaré.
- Mira lo que te traje – Vána venía de los campos con una canasta, - son frutas para el desayuno, - ¿te gustan las manzanas?, a mí me encantan – dijo alegremente mientras le ofrecía una.
- Sí, me gustan, gracias – contestó Harry, sonriendo.
- ¿Tienes familia o amigos?.
- No lo sé, ya te dije que no recuerdo muchas cosas.
- Sabes, yo creo que sí los tienes, o tuviste al menos – afirmó ella con seguridad.
- ¿Por qué lo dices?.
- Por que eres muy agradable y tus ojos reflejan la bondad de tu alma. Es como si dieras esperanza a los que te rodean, aunque también me dicen que has sufrido mucho, son muy misteriosos.
Él la miró con detenimiento, sentía que ella podía ver más que eso y que lo conocía más de lo que él creía.
- ¿Puedes saber todo eso solo con mirarme a los ojos?. – preguntó el chico.
Ella no le contestó, pero le sonrió con su angelical rostro y se fue corriendo al campo nuevamente.
- Rara, ¿no? – comentó el viejo, - ella siempre ve más de lo que uno quiere mostrarle. Observa a través de los ojos de las personas y puede ver su alma, escuchar su corazón. Si trataras de mentirle, ella se daría cuenta y lo sabría. Ella siempre ve más allá del mundo, por eso es tan especial.
Harry seguía mirándola a lo lejos, sí que era una niña rara y misteriosa. Sentía cierta afinidad con ella, sentía que debía cuidarla.
- ¿Te quedarás con nosotros, Istar?.
- Supongo que si, al menos por un tiempo.
- Muy bien, te prepararé un lugar adecuado.
Ambos entraron de nuevo a la cabaña. Ahora no le quedaba más remedio que quedarse ahí y aprender, como dijo el anciano, a conocer ese nuevo mundo donde se encontraba. Pero aún no perdía la esperanza de algún día encontrar la forma de regresar y recuperar su pasado.

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