domingo, 20 de enero de 2008

Capítulo V

Capítulo V.

Era una tormentosa noche de Yavië (otoño). Fuera de la casa caía un aguacero torrencial acompañado con truenos y relámpagos. Dentro, había tres personas que aparentaban dormir. Una en especial, el joven Istar, dormía no muy plácidamente, estaba hundido en una pesadilla, como era costumbre en él, pero en esta ocasión tuvo un sueño que jamás había tenido antes. Soñaba que se encontraba en un vestíbulo frente a unas imponentes puertas de roble carcomidas por la dureza del tiempo, en lo alto de una pared lateral se hallaban 4 relojes de arena que estaban vacíos. Él se adentró a través de las enormes puertas para llegar a una gigantesca sala, donde había 4 mesas rectangulares largas, que ocupaban la mayor parte del espacio. En las paredes había raídas cortinas de diferentes colores. A pesar de estar tan maltratadas por el tiempo, dejaban ver los dibujos que las representaban. Unas eran rojas con un león plasmado en dorado, otras eran verdes con una serpiente plateada, otras tantas eran azules decoradas con un águila de bronce y por último otras de color amarillo que mostraban un pequeño tejón negro. El techo de la estancia parecía una enorme ventana hacia el universo, vacío y penetrante. El lugar estaba completamente vacío, parecía haber sido abandonado muchísimos años atrás. En el fondo del recinto se encontraba una tarima que sostenía una pequeña mesa en la que estaban muchos objetos, los cuales le eran familiares, aunque no sabía porqué. Había un viejo sombrero puntiagudo de tela gastada, junto a éste se hallaba una pequeña piedra de color rojo como la sangre que destellaba, en frente estaba una gran espada de plata decorada con joyas en el mango, también había un cáliz en el que chispeaba un fuego blanco azulado que se tronaba rojo en momentos, junto a la piedra roja, había un pequeña esfera del mismo tamaño que brillaba con luz propia y junto a la esfera se encontraba un medallón de oro con la cabeza de un león en el centro y una esmeralda como ojo. Todas esas cosas le traían sentimientos de melancolía y dolor, no sabía que significaban, pero sabía que en algún momento de su vida las había tenido en sus manos. Decidió acercarse a los objetos, y conforme lo hacía, las antorchas de las paredes de piedra se encendían. Estaba a punto de llegar a la tarima cuando las puertas de madera se abrieron nuevamente y se vio forzado a voltear. En la entrada apareció una figura encapuchada. No solo un hombre vestido de negro, sino un espectro fantasmal de su pasado. No se veía su rostro en las sombras, pero podían distinguirse sus ojos rojos, fríos y malvados bajo la capucha. Él empezó a temblar de una forma incontrolable al verlo, no solo de miedo, sino también de ira. La figura negra se iba acercando hacia él, como flotando, sin hacer ruido, sacó su varita y apuntó hacia él, que estaba paralizado. No desviaban la mirada el uno del otro. El encapuchado habló con voz cruda << ¡Avada Kedavra! >>, y de su varita salió un chorro de luz verde que fue a dar justo en su frente, al momento que se escuchaba un pavoroso estruendo y todo desapareció en la oscuridad de la noche. Despertó temblando, con la respiración y el corazón acelerados. Estaba en su cama, sudando profusamente, se escuchaba todavía la violenta lluvia de afuera, los relámpagos iluminaban de vez en cuando la oscura habitación. El terror del sueño y el ardor de su cicatriz lo habían hecho enderezarse de la cama. Sabía que aquel no había sido solo un sueño, sabía muy bien que esa sombra lo perseguía para matarlo. Su mente seguía en aquella pesadilla cuando se dio cuenta de que no estaba solo. Se puso las gafas y miró a su alrededor. Al pie de su cama estaba Vána, mirándolo con sus ojos grandes y brillantes, traía en sus brazos a una pequeña muñeca de trapo, que aferraba con todas sus fuerzas, parecía estar aterrada.
- ¿Qué pasa? – preguntó él, pero ella parecía no poder contestar. - ¿Estás bien?
Ella negó con la cabeza.
- Tengo miedo. – dijo en voz baja, parecía estar a punto de llorar. - ¿Puedo dormir contigo esta noche?
Él la miró. En ese momento se escuchó otro trueno y su rayo iluminó toda la habitación por unos segundos. Ella soltó su muñeca y corrió a refugiarse en sus brazos.
- Tranquila, no pasa nada – decía Harry mientras la protegía, – es solo la lluvia.
Pero ella seguía abrazándolo muy fuerte.
- No tienes porque temer a la lluvia.
- No le temo a la lluvia. – dijo, con un hilo de voz.
- ¿A qué le temes entonces?
- No quiero que te mueras, no quiero perderte.
- Yo no voy a morir.
- Él ha venido a matarte – insistía, - él ha querido hacerlo desde hace tanto tiempo, pero no lo recuerdas.
- ¿De quién hablas?
- De ese hombre encapuchado de ojos rojos.
Él se sorprendió al escucharla, ¿cómo era posible que ella conociera a ese hombre, si había aparecido en su sueño?
- ¿Dónde lo viste? – preguntó él, con ansia.
- He soñado con él esta noche, lo he visto… lo he visto…
- Lo has visto ¿qué?
- Matarte. – Al decirlo empezó a llorar amargamente y se aferró a él aún más fuerte que antes.

Harry despertó, en realidad no había dormido muy bien que digamos. Desde que Vána llegó a su cama y le dijo que un hombre encapuchado quería matarlo, estuvo todo el resto de la noche meditando lo que significaba: ella había estado dentro de su sueño. El haber visto todas aquellas cosas y a ese encapuchado, encendieron en él el deseo de saber más de su pasado. Vána seguía acurrucada en sus brazos, había llorado hasta quedarse profundamente dormida. Él la besó en la frente y se levantó sin hacer movimientos bruscos para no despertarla. Se cambió y se dirigió hacia la cocina, el viejo Cathba ya se había levantado.
- Buenos días Istar. – dijo el anciano.
- Buenos días. – contestó él.
- Vaya tormenta la de anoche.
- Vána llegó a mi cuarto anoche, me dijo que tenía miedo.
- Tuvo una pesadilla, lo sé – contestó el viejo, - igual que tú. De hecho, soñaron lo mismo.
- ¿Cómo pudo tener el mismo sueño que yo?
- Ella siempre está pendiente de lo que te pasa, te acompaña hasta en tus sueños, pero tú no te das cuenta. Ella te quiere mucho, más de lo que te imaginas, por eso no puede dejarte solo.
- Pero, ella es solo una niña – dijo algo avergonzado, le costaba admitir lo que su corazón le decía.
- El que sea una niña no quiere decir que no pueda amar a alguien.
Él se quedó meditando, ella era muy pequeña, como su hermanita, pero a la vez no. Tenía miedo de lo que estaba surgiendo dentro de él, además, ardía en deseo de conocer su vida, su pasado, y ahí, era obvio que no lo iba a encontrar. Sabía que tenía que irse, tarde o temprano, si es que quería conocerlo.
- ¿Te irás hoy? – preguntó Cathba, como si hubiera escuchado sus pensamientos.
- Creo que es lo mejor. – respondió.
- No quieres despedirte de ella, no puedes – dijo el viejo con una triste sonrisa en su rostro, - si la ves, jamás podrás irte.
- No quisiera dejarla, pero… debo hacer esto, solo.
- Te echará mucho de menos.
- Lo se. Y yo a ella.
Los dos callaron por un rato.
- ¿Cómo es que usted no murió en ese bosque como todos los demás? – preguntó de pronto, - me gustaría saberlo antes de marcharme.
- Fue por mi nieta, Nemaín. – contestó el viejo.
Se sentó y se dispuso a contarle toda la historia.
- El verdadero nombre de esa niña es Nemaín, yo le digo Vána por mi hija, que así se llamaba ella, pero murió hace mucho tiempo. Mi hija no fue su madre. Yo encontré a esa niña en ese bosque, cuando estaba perdido. Ella apenas era una bebita, estaba sobre una roca, apunto de ser devorada por bestias horribles. Yo llevaba muchos días perdido y era perseguido por bestias como esas, eran las mismas que habían matado a mis compañeros. En esos días era imposible encontrar un camino, de hecho no había caminos, tan solo uno, el que conducía a Morannon. Había pasado por el mismo lugar como unas 20 veces, en la última la vi, pequeñita, envuelta en una sabana blanca de seda, rodeada por esos animales. Sentí de pronto como si una fuerza extraña me impulsara a ir hacia ella. Espanté esos animales y la tomé entre mis brazos. Ella abrió sus ojitos, llenos de inocencia. Su simple mirada bastó para aclarar mi mente. Me sentía fuerte otra vez, ahora podía ver caminos que antes no distinguía, pude encontrar la salida. Lo más extraño fue que ya ninguna otra bestia se me acercó, solo me vigilaron hasta que salí de ahí. Ahora, cada vez que llego a entrar los animales no se acercan, solo cuando ya he pasado demasiado tiempo, escucho sus advertencias de que debo irme, y no me dejan acercarme a Morannon.
- ¿Cómo es que ella estaba ahí?
- No se como llegó ahí, pero me salvó. Esa niña es un gran misterio. Tiene poderes como no te imaginas, ella es más que una simple hechicera. Lo único que se de ella es su verdadero nombre, Nemaín, porque lo traía bordado en la sábana que la cubría.
- Pero aún así, ¿Cómo es posible que una niña se encuentre en un lugar como ese?
- Es algo que nunca sabré. Se está haciendo tarde, será mejor que te vayas de una vez, ella no tardará en despertar y lo primero que hará será preguntar por ti.
- ¿Me despedirá de ella?
- Claro que sí.
Él volteó hacia su habitación, donde ella se encontraba dormida. La observó por un momento y luego se volvió hacia el viejo.
- La voy a extrañar mucho.
- Lo sé. Pero créeme, ella siempre estará contigo.
Harry recogió algunos víveres en una mochila, junto con algunas túnicas abrigadoras y su varita. Se dispuso a salir.
- Adiós, viejo Cathba, me alegro de que hayas sido tú quien me encontrara. Gracias por todo.
- De nada, joven Istar. Sabes que aquí tienes tu casa. Buena suerte en tu búsqueda. Namárië. (Adiós).
Y saliendo de la casa, se marchó sin mirar atrás, en una fría y gris mañana de otoño, hacia un rumbo desconocido, incluso para él, pero con la esperanza de regresar algún día y ver a la pequeña Vána otra vez.

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