domingo, 20 de enero de 2008

Capítulo VI

Capítulo VI.


Era un sol resplandeciente el que en lo alto de las montañas se asomaba en una fresca mañana de Tuilë. Las flores comenzaban a despertar ante el nuevo día, dando la bienvenida a la temporada mientras, de sus pétalos, se despedían los últimos vestigios de Hirvë, el cruento invierno que recién terminaba. Era esa hermosa mañana la única testigo de cómo un joven de ojos verdes despertaba en medio de la nada, encubierto en una cueva en lo más recóndito del bosque.

A pesar de llevar un año lejos de la vida que se acostumbró a tener con el viejo Cathba, Harry Potter, el joven Istar, aún continuaba sintiendo añoranza por todo lo que había dejado atrás, añoranza por las practicas, por la comida, por la vista, por el clima y, en especial, por la pequeña Vána; sus caminatas, sus juegos, su risa, su voz, su mirada.
Había momentos en las que no la podía sacar de su cabeza, pensaba él, << ¿Pensará en mí?, ¿estará bien sin que yo esté a su lado para cuidarla? >> Se preguntaba. Casi cada noche miraba a las estrellas y pensaba en ella, sin decir nada, tan solo suspirando en la soledad.
Su corazón se sentía confundido. Lo que él más recordaba de la niña no eran sus largas caminatas y tardes de diversión en el lago, sino aquella tarde-noche en que sintió sus labios acariciar los suyos por un segundo. Él se forzaba a pensar, casi creer: , pero inconscientemente, en él comenzaba a surgir algo nuevo y que aún no detectaba, algo que solo en sus más profundos sueños emergía y, con el tiempo, se desbordaría como el río junto aquel árbol de aquella ocasión.
Con ese pensamiento en su corazón y cabeza continuó viajando, practicando y entrenado. Recorrió tierras salvajes como muy pocos lo habían hecho hasta entonces. Visitó aldeas y pueblos lejanos, siempre buscando aquello que lo hiciera crecer como hechicero, probando sus habilidades contra magos tenebrosos del lugar, ya que había muchos y muy poderosos. Cuando llegaba nadie sabía quien era, pues se movía como una sombra cambiante y desaparecía antes de que supieran qué o quién había sido quien los ayudó. Pero, poco a poco, los no-magos se fueron dando cuenta de su identidad, aprendiendo a identificarlo. Comenzaron a buscarlo para pedir consejo o ayuda, pero jamás lograban encontrarlo, ya que nunca se quedaba en la aldea o pueblo que llegaba, solo permanecía el tiempo suficiente para hacer lo que tenía que hacer, y se marchaba. Poco a poco fue creándose una fama, una reputación: la leyenda del joven Istar, el Hechicero.
Pero junto con el deseo de mejorar sus habilidades mágicas, también estaba el secreto anhelo de descubrir su pasado. Hacerse lo suficientemente hábil para encontrar la forma de recupera la vida que dejó atrás, mucho más lejos que su memoria.

***

Era uno de aquellos días, a mitad de Tuilë, cuando el joven Istar se encontraba hospedado en las afueras de una pequeña villa. Se hallaba preparando de nuevo su partida hacia algún lugar desconocido, buscando por información. Fue en esos momentos cuando unos hombres se acercaron adonde se hallaba, más temerosos que un ciervo acosado por el cazador. Se aproximaron a él cautelosos.
- ¿E-eres el Istar? – preguntó uno de ellos.
- ¿Quién quiere saberlo? – preguntó Harry.
- N-nosotros, nosotros qu-queremos saberlo. – respondió trémulo otro.
Harry se irguió y los hombres dieron un paso hacia atrás.
- Soy yo – dijo – ¿Qué quieren?
- Necesitamos tu ayuda – se escuchó una voz más fina que para nada parecía de hombre.
Repentinamente se formó una brecha entre los sujetos y una chica apareció ante sus ojos. La mujer era delgada y pequeña a comparación de los hombres fuertes y corpulentos que la acompañaban, pero mostraba más valor y determinación en su mirada que todos ellos.
- ¿Qué es lo que necesitan de mi? – preguntó Harry una vez más.
- Mi padre ha sido secuestrado por los demonios de Nimbar, en el bosque negro, quiero que me ayudes a rescatarlo.
- ¿Por qué habría de ayudarte?
- Pues… pues, porque es lo que haces. Combates seres mágicos malignos y ayudas a los no-magos.
- ¿Quién te dijo eso?
- Toda la gente lo dice. Además, tú fuiste quien ahuyentó a los seres encapuchados robadores de almas no muy lejos de aquí.
Harry no dijo nada.
- ¡Por favor, solo tu eres lo suficientemente poderoso para ayudarme! – suplicó la mujer al borde de las lagrimas.
Pasó un rato antes de que pudiera contestar.
- De acuerdo, iré a rescatar a tu padre. – respondió luego de meditarlo unos segundos. Aquella chica tenía lago en su mirada que le hizo aceptar la propuesta.
- ¡Gracias, gracias, no sabes cuanto te lo agradezco! ¿Como podré pagarte?
- No tienes que hacerlo, solo dime en donde se encuentra el bosque negro en el que se halla tu padre.
La mujer sacó de su bolso un pergamino un tanto viejo y lo extendió en el suelo, para mostrárselo.
- Mira éste es un mapa, solo sigue la dirección hacia el este y luego al sur, siempre junto al río.
- ¿Así de sencillo?
- No te confíes, existen muchas criaturas y seres por aquellos lugares. Lo que has enfrentado aquí no se compara para nada con lo que encontrarás allá. Más de la mitad de mi aldea ha tratado de salvarlo, pero nunca regresan.
- Lo tendré en mente, no te preocupes. Por cierto, ¿cuál es tu nombre?
- Sara.
- Bien Sara, haré todo lo posible por ayudarte. Solo responde algo más, ¿cómo podré identificarlo?
- Es un hombre anciano, delgado y alto, con barba larga y plateada que casi llega a las rodillas, también usa gafas de media luna.
Algo de aquella descripción llamó la atención de Harry. Había algo en ella que le parecía muy familiar.
- ¿Cuál es su nombre? – preguntó interesado, mientras guardaba el mapa en el bolsillo de su túnica.
- Su nombre es Wulfric.
- ¿Por qué se lo llevaron?
- Me temo que no puedo contestar eso.
Harry arqueó un ceja y la miró penetrante, como queriendo adivinar su pensamiento. Entonces dijo:
- Si quieres que lo ayude tendrás que decírmelo. ¿A caso hizo algo malo?
- ¡Claro que no! Mi padre es el jefe de la villa, el anciano más sabio y respetado que hay en nuestra comunidad. Además él… él…
- ¿Sí?…
- Él es un mago.
Hubo un profundo silencio entonces, hasta el viento y los árboles habían callado.
- ¿Tu padre es mago?
- Ya lo dije, ¿no?
- Y tú, ¿eres bruja?
La chica callo mirando al suelo. De pronto levantó la vista y Harry vislumbró sus ojos llenos de lágrimas.
- ¡NO, NO SOY BRUJA, SOY UNA SIMPLE MUGGLE, NO-BRUJA!
- No tienes porque gritar. – dijo Harry muy calmado.
- Él me mostraba como aprender magia. – continuó Sara. – Pero mago o no, es mi padre y lo quiero de vuelta, por favor.
- Está bien, no te desesperes. Te prometo que lo encontraré y lo traeré con bien.
- Una cosa más. – dijo Sara cuando Harry tomó el resto de sus cosas para marchar.
- ¿Qué? – contestó él.
- No sigas los caminos, o se darán cuenta que vas hacia allá.
Y con ese último consejo el joven Istar emprendió su nuevo viaje.

***

Harry siguió cautelosamente las instrucciones de la chica, y se dio cuenta que ella tenía toda la razón. Aún no había llegado a los lindes del bosque negro y ya se había topado con una gran manada de centauros y hombres-bestia, los árboles del lugar parecían estar vivos y moverse, como queriéndolo atrapar como un ratón en una ratonera, por las noches lograba escuchar los susurros de lo que parecían nereidas de lagos en la lejanía, cantando dulces canciones que lo llamaba en sueños para acudir a sus guaridas, para luego ser devorado o algo peor. Por las mañanas se sentía la densa bruma que obliteraba todos los caminos, haciendo de los ingenuos viajeros presas fáciles para extraviarse, como una sombrea que oscurecía todo pensamiento. Afortunadamente, el joven Istar fue bien entrenado por el viejo Cathba, y lograba salir airoso de todos los encuentros que tuvo durante su viaje. Si bien, los centauros fueron los más peligrosos en enfrentar, fueron una palabras adecuadamente escogidas y expresadas lo que le evitaron un enfrentamiento con dichas criaturas; las sílfides seductoras no lo embelesaron lo suficiente como para conseguir atraparlo, y la bruma no logró hacerlo perdidizo y extraviar el rumbo. Cada vez más, a cada paso que daba, se acercaba a su objetivo. Solo un pensamiento en su cabeza había que lo distraía de su misión: Vana. Esperando, que ella estuviera bien, y deseando regresar con bien, para verla otra vez.

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