domingo, 27 de enero de 2008

Capítulo XII

Capítulo XII

Un niño de misteriosos ojos que mira fijamente dentro de la noche,
en un viaje a la mente de los que cuentan historias…
Susurra un deseo, habla con las estrellas, las palabras son silencio en él…
El suspiro distante de un corazón solitario:
“estaré contigo pronto mi niña,
solo en ti está mi destino”.


La mañana de otoño saludó el día con una suave llovizna fresca cuando por fin llegaron. Cruzando la aldea de Utice, alcanzaron un claro, donde se hallaba una pequeña cabaña de la cual salía humo por su chimenea. No había nadie cerca, no había rastro alguno de actividad por ahí. Las nubes grises opacaban la luz del sol, el susurro de los árboles del rededor parecían murmurar una triste canción y, entonces, una jovencita vestida de negro, regresaba ya del campo con una pequeña canasta en su mano. Su rostro estaba cubierto por una capucha de algodón para no mojarse. Al parecer no se percató de la presencia de los viajeros a unos metros de su casa, o al menos, fingió no darse cuenta.
Harry se acercó con paso apresurado, casi corriendo. Y fue entonces cuando ella detuvo sus pasos, se giró hacia él y se descubrió el rostro. Harry paró en seco y la observó un largo rato, sin decir nada, Vana permanecía frente a él, y su corazón se sintió feliz de encontrar sus ojos nuevamente, luego de dos largos años. Pero ella no parecía estar sorprendida ni feliz, más bien, ahora su mirada era fría y su actitud distante, casi como si fuera un desconocido el que se encontraba ante su presencia. Y él pudo distinguir en aquellos ojos oscuros que aún estaba enojada, molesta de que se hubiera marchado sin siquiera despedirse.
- ¿No me darás la bienvenida? – preguntó Harry, pero ella no respondió. – ¿Sigues molesta conmigo, Vana?
- Yo no estoy molesta. – habló por fin, abriendo la puerta de la cabaña. Entró y Harry y Alicia la siguieron.
Vána observó a Alicia, el Hada, por un segundo y no comentó nada, regresó a sus quehaceres como si ella no estuviera allí. De pronto se plantó un silencio muy incómodo para todos, así que Harry tomó la palabra.
- ¿Cómo está tu abuelo?
- Bien, descansando ahora. Te ha estado esperando.
- ¿Crees que…?
- No puedes verlo ahora, está durmiendo, te lo he dicho. No quiero que lo molestes.
- Bien, como quieras. Mira, te presento a Alicia, es una Hada.
- Lo sé, pude darme cuenta.
- Hola, mucho gusto. – Alicia tendió su mano a Vána, pero ella no la tomó, continuó con su quehacer. – Creo que no le caí bien. – susurró hacia Harry.
- Vána, no seas grosera.
Pero ella no escuchó, entró a la cocina en silencio. Harry la siguió.
- ¿Pero qué te pasa?, tu no eras así. ¿Soy yo?, ¿estas molesta conmigo?
- Te dije que no estoy molesta. – respondió, evitando su mirada.
- Creo que sí, no sabes mentir.
- Dime, ¿por qué habría de estar molesta? – exclamó, clavando su mirada en él nuevamente, mientras un agudo brillo apareció en sus ojos. – ¿Por qué aquella mañana que me levanto tu ya no estas a mi lado?, ¿por qué desapareciste sin decir adiós siquiera?, ¿por qué lloré tu partida cada minuto por días enteros hasta quedarme sin lagrimas que derramar?, ¿por qué, aún ahora, sigo siendo una niña para ti?, ¡¿por qué habría de molestarme todo eso?!, ¡¿por qué?!…
Él bajó la mirada al no saber que responder.
- ¿Por qué – dijo casi en un susurro – te he extrañado tanto que me he sentido morir?, ¿por qué molestarme si… te odio?
Harry la miró fijamente y ella agregó.
- ¿Por qué te odio… si te amo tanto?
Sus ojos se llenaron de lágrimas y pudo ver como dejaba de ser una niña, pero sin ser suficiente. Se acercó lentamente a él, en busca de sus labios tratando de encontrar un beso. Él estuvo apunto de responder, pero algo aún había que lo alejaba de ella. Desvió su rostro y se alejó unos pasos, dejándola fría como una estatua de cristal a punto de romperse en mil pedazos.
- Para esto… nunca debiste haber regresado. – y al decirlo, se marchó, dejándolo solo con un mal sabor de boca.

Harry regresó con Alicia.
- Oye, tu amiguita salió de la cabaña, creo que iba llorando. ¿Qué pasó?
- Está enfadada conmigo.
- ¿Y por eso no me habla?
- Es solo una niña caprichosa. – dijo Harry con una voz falsa. – Iré a ver a mi maestro.

Harry entró a la habitación del viejo Cathba, y lo encontró recostado en su cama, descansando. Se encaminó de nuevo a la salida, pues no deseaba despertarlo.
- Has vuelto, Istar. – escuchó Harry a sus espaldas justo antes de salir. Se volvió y observó que el viejo estaba mirándolo. Se acercó a él y se sentó al borde de la cama.
- ¿Cómo se encuentra? – le preguntó.
- He estado mejor. – respondió suave.
Se veía cansado y enfermo. Ya no el hombre maduro y fuerte que fue su maestro, sino un anciano al que se le acercaba rápidamente la hora de partir.
- Debe descansar.
- Ya tendré mi tiempo para descansar lo que quiera, antes tengo que decirte algo, Istar, y es muy importante que me escuches y me pongas atención. Pensé que jamás llegarías, tardaste mucho, ya solo estaba esperándote a ti.
- ¿De que se trata?
- De ti, Istar. – Harry calló, sorprendido. El anciano tomó su mano – De cómo te encontré y como podrías regresar.
- No… entiendo.
- Tal vez no ahora, pero escucha: Tú, tu nombre, tu vida entera, es más importante de lo que crees. Tú mismo lo sabes, porque lo sientes, sabes que algún día debes regresar a tu lugar de origen para cumplir con tu destino, un destino que dejaste incompleto. Tu corazón no te dejará descansar hasta que lo hagas. Pero, primero lo primero, como llegaste aquí. Ah sí, tú estabas a punto de desfallecer en aquel horrible lugar, tan cerca del Portal que atravesaste, quién sabe cómo. Pero antes de perder completamente la conciencia dijiste algo, yo no podía creer que alguien como tú lo conociera pero… - el anciano paró un segundo, sintiendo un terrible dolor.
- ¡¿Está bien?! – preguntó Harry, algo inquieto.
- Sí, - respondió el viejo Cathba, jadeando un poco, mientras su frente comenzaba a llenarse de sudor. – Solo que ahora sí la enfermedad es la que por fin me esta venciendo.
- No diga eso.
- Es la historia natural de la vida muchacho, mi tiempo esta terminando. Pero antes de que acabe, necesito decirte esto: los únicos que atraviesan el Portal son espíritus que vienen del otro lado, ya que es la única entrada al mundo de los muertos. Del otro lado, el Portal está representado por un arco de piedra antiguo que está abierto, protegido tan solo por una cortina, en el fondo de una sala oscura y misteriosa. Nadie puede llegar ahí, y todo aquel ser vivo que lo atraviese morirá. Es el único camino para llegar aquí. Tu pudiste atravesarlo, debiste haber muerto, pero había algo en ti que no te permitió morir, mas sin embargo, te permitió atravesar el Portal que llega a este mundo, ¿por qué?, no lo sé, ¿cómo?, con un hechizo, el cual te escuché murmurar la noche que te encontré: acto incantatem, para proteger tu alma. Pero no puedes repetir el hechizo, a menos que sea en la habitación de la luz, la cual jamás encontrarás en este mundo. Hay otras formas para regresar, pero no las conozco, yo quise regresar a ese mundo durante mucho tiempo, hasta que me cansé, porque también es mi mundo. Sí, y, como tú, con ese encantamiento pude llegar aquí. Aunque yo no tenía una verdadera razón porque regresar, quería hacerlo. Tú si debes regresar para salvar lo que queda de ese mundo, antes de que se cubra de oscuridad y muerte. Debes seguir buscando.
- Lo sé. Aunque no entiendo bien del todo lo que me quiere decir.
- Eres un buen chico, Harry Potter, y me da gusto haberte conocido. Fue un placer haber sido tu maestro. Ahora ya estas listo, tu puedes convertirte ahora en un Maestro Hechicero.
- ¿Yo?
- Claro que sí.
- Pero, Cathba…
- Hay otra cosa de la que quiero hablarte, y espero que no me lo reproches… – se detuvo otro segundo, como para tomar aire. –… Vána aún te ama, por favor, no la dejes sola, protégela. Sé que no te quedarás con ella, y si encuentras la forma de salir de aquí, no la llevarás contigo, no deberías. Tan solo te pido: cuídala, piensa en ella, quiérela, es más especial de lo que te imaginas.
- La cuidaré, se lo prometo.
- Sé que lo harás, lo sé por que sé que la amas, como ella a ti…
- ¡Cathba! – exclamó Harry, al verlo desfallecer.
- Estoy bien – dijo el viejo respirando con dificultad, mientras una sonrisa se le dibujaba en los labios, – solo creo que ya es hora de descansar. Sí, ya puedo descansar.
El anciano Cathba calló unos segundos, al no poder continuar. Despacio, soltó la mano de Harry, cerró los ojos lentamente y, aún con la sonrisa en sus labios… murió.

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