domingo, 20 de enero de 2008

Capítulo I

Capítulo I.


In the sheltering shade of the forest
Calling calming silence
Accompanied only by the full moon
The howling of a night wolf
And the path under my bare feet...
...The Elvenpath

(En la sombra protectora del bosque,
Llamando un tranquilo silencio,
Acompañado solo por la luna llena,
El lamento de un lobo nocturno,
Y el camino bajo mis pies descalzos…
…el camino élfico)

Era una fría y lóbrega noche, de un mundo solitario y desconocido que yacía ante él, y un camino sin final permanecía bajo sus pies, mágico y terrible a la vez, esperando por su caminar. Todo en la cercanía eran tinieblas entre los árboles de un profundo y misterioso bosque. La penumbra se extendía por el lugar, grandes troncos de árboles bloqueaban todos los senderos excepto uno, aquel único camino que aún se podía recorrer. Todo era oscuridad, todo excepto el pequeño claro, que era tenuemente iluminado por los débiles rayos plateados de una gran luna llena, filtrados a través de las negras nubes de un cielo sin estrellas. Los lamentos aterradores de los animales salvajes en la espesura rompían el profundo y quieto silencio. Ojos que acechaban, bestias que murmuraban, árboles que susurraban. Aquella era una tierra indómita por la que ningún ser había pasado antes y había salido con vida. Justo ahí, en ese claro en medio de la nada, se encontraba un muchacho. Estaba de pie, sosteniéndose de un gran sauce, como para mantener el equilibrio. Vestía una larga túnica totalmente negra, que estaba rasgada y ensangrentada en muchos lugares. En su mano derecha aferraba con fuerza una varita de madera color negro un tanto usada; en su mano izquierda pendía una pequeña cadena de oro entrelazada en sus dedos. Su aspecto era el de un hombre joven, algunos 18 años, no más. Alto, delgado, de cabello negro azabache alborotado; su complexión enervada lo hacía lucir más débil de lo que realmente era. En su rostro brillaban unos misteriosos ojos verdes, tan claros y centelleantes como esmeraldas relucientes que iluminaban la penumbra de la noche, y tan profundos como el abismo estelar que yacía sobre su cabeza; sus facciones, las facciones antes lozanas de un muchacho que, fatigado por la vida, ahora reflejaban una gran tristeza de mucho tiempo atrás, el dolor de una vida pasada que estaba apunto de abandonar. Aquella era la figura agobiada de alguien que había sufrido mucho durante mucho tiempo. Pero, había algo más, algo de su fisonomía que llamaba la atención. En su frente, cubierta por un mechón, se hallaba una pequeña herida de forma peculiar, un singular corte en forma de rayo, que dejaba escapar finas gotas de sangre, las cuales se mezclaban con el sudor y resbalaban por su rostro, entre sus ojos y por sobre su nariz, hasta caer, una por una, sobre la gélida hierba. Parecía no saber en donde estaba, no conocía el lugar tan terrible donde se encontraba. No sabía como había llegado ahí, ni como haría para salir, apenas si recordaba quien era y de donde venía. Era como si un velo le cubriera los ojos y la mente, borrando de ella, cada uno de los recuerdos de su vida antes de llegar ahí. Estaba débil, difícilmente podía mantenerse en pie, sus piernas vibraban como gelatina sin poder sostenerlo, tenía frío, su visión borrosa no le permitía examinar el terreno que pisaba tambaleante, no veía más allá de unos cuantos metros. Trató de pedir ayuda, pero ningún sonido salió de su boca. Sabía que era asechado por criaturas malignas, podía sentirlas a su alrededor. El frío de la noche invadía cada vez más su cuerpo, no podría aguantar mucho más, se hundiría en las tinieblas de aquel lugar tan pavoroso, solo y sin recuerdo alguno de su pasado. Calló de rodillas, derrotado por el cansancio y el dolor. Una gran nube terminó de eclipsar la fina luz de luna que lo cubría por unos instantes. Mientras todo se oscurecía cada vez más, aferró con más fuerza los objetos de sus manos, sintiendo que se perdía. Podía escuchar su respiración fuerte entrar y salir de su pecho, incluso percibía como los latidos de su corazón disminuían su fuerza. La vida lo estaba abandonando. Repentinamente una pesada mudez le impidió escuchar nada más, ni siguiera su corazón. Alzó la vista y contempló, antes de caer vencido, una sombra frente a él, la cual iba siendo delimitada por los rayos de luz de luna que una vez más regresaban al claro.

***

El río fluía rápido en la lejanía, los pájaros cantaban sobre las copas de los árboles, una tenue luz entraba por una ventana alta junto con la fresca brisa de una mañana de primavera. Aquella era una cálida habitación con aroma a manzanas dulces y duraznos frescos. Alguien se acercó a él y quitó un trapo húmedo de su frente, pero él no abrió sus ojos aún. Escuchó a dos personas que conversan no muy lejos de él.
- Man-ië, Atar? – se escuchó preguntar la voz de una pequeña niña.
- No lo sé aún. Pero sé que es un Istar, puedo reconocerlos a leguas de distancia – contestó la voz de un anciano.
- Manen-ië?, nalië merela?
- Al parecer sí, pero… mira, ya despierta.
El anciano y la pequeña se acercaron más para verlo mejor.
- ¿Dónde estoy? – preguntó, aturdido. No podía ver bien el lugar donde se hallaba.
- Estás en mi casa, Istar. Casi mueres en ese bosque, ¿cómo se te ocurre entrar ahí solo?
- ¿Qué dice?
- Que me sorprende que estés vivo. ¿Cómo llegaste a ese bosque prohibido?
- No, no se como llegué ahí. – contestó él, tratando de enfocar el rostro del viejo, pero era inútil.
- ¿Estás bien? – preguntó el hombre al notar que al muchacho se le dificultaba verlo.
- Sí, bueno, no, necesito gafas, no veo bien.
El anciano se acercó a él aún más, hasta quedar a un palmo de narices. Examinó sus ojos con detenimiento e inmediatamente se fue, dejándolo solo por un rato. Fue en ese momento cuando escuchó una vocecita que venía del otro lado de su cama. Volteó y solo pudo vislumbrar la silueta de lo que parecía ser una chiquilla de cabello oscuro muy, muy largo.
- Aiya. – dijo la pequeña. Él escuchó pero no entendió lo que decía. – ¿Man nalye? – preguntó la niña con mucha curiosidad.
- Perdón, – le respondió el joven – pero no entiendo lo que dices.
- ¿Quetlau lammen? – volvió a indagar la niña.
- Aún no te entiendo.
- ¿No conoces la lengua antigua?
- No, me temo que no. No la conozco. – contestó él.
- Solo dije “hola, ¿quién eres?” Sé que eres un Istar pero, ¿mannaa esselya?
- ¿Qué?
- ¿Cómo te llamas?
- Para empezar, ¿qué es un Istar?
- Istar significa Mago. Eres un mago ¿vedad?
- Sí, lo soy.
- Y, ¿cómo te llamas? – insistió la niña.
Él se quedó callado por un rato, pensando, como haciendo memoria antes de responder.
- Me llamo… me llamo… ¡ah sí!, me llamo Harry, Harry Potter, bueno, eso creo, no estoy muy seguro.
- ¿Por qué no estas seguro?, ¿acaso lo olvidaste?
- Creo que estuve a punto de hacerlo. Es extraño, solo puedo recordar eso y otros detalles aislados de mi vida, sé que vengo de Londres, pero… Parece como si fuera un sueño.
- Harry Potter es un nombre muy extraño. – comentó ella de pronto. – por si te interesa, me llamo Vána Nemaín, pero puedes decirme Vána, o como quieras llamarme, no importa. – Ella extendió su brazo y tomó la mano de Harry para estrecharla. En eso, el anciano regresó.

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