domingo, 20 de enero de 2008

Capítulo IV

Capítulo IV.

El tiempo caminaba sin detenerse, y el joven Istar seguía sin acordarse mucho de su pasado, lo único que sabía era que venía de Londres y que se llamaba Harry Potter, además de eso, su mente estaba en blanco. Sin embargo, había algo que lo perturbaba. Casi todas las noches, desde que había llegado ahí, había tenido un sueño, que se repetía y se repetía. Era un sueño muy extraño en el que él se encontraba en una habitación circular con velas azules y llena de puertas, que giraban muy rápido y sin detenerse. Él estaba arrodillado contemplando entre sus brazos el cuerpo inerte de alguien que no tenía rostro, solo sabía que era una mujer de figura esbelta y que ella era muy importante para él. Las puertas seguían girando tan deprisa que lo mareaban, pero cuando él se levantaba, éstas paraban al instante y la puerta que estaba frente a él se abría, permitiéndole la entrada a una habitación, la cual estaba completamente iluminada con una intensa y cálida luz blanca. Pero justo cuando entraba en ese cuarto, despertaba. No sabía que significaba, no sabía si era parte de su pasado o solo un sueño, pero cada noche visitaba el mismo lugar y era la misma puerta la que siempre se abría ante él.

- Parece que no has dormido bien, Istar. – le dijo Cathba a Harry una mañana durante el desayuno.
- Lo sé – respondió el muchacho. – Es solo un sueño que no me deja.
- ¿Ya no sueñas con tus amigos?.
- No, desde hace semanas ésta sueño se ha vuelto más frecuente y ha desplazado todos los demás.
- Si quieres, puedes contarle al viejo Cathba de que se trata, tal vez él pueda ayudarte.
- No estoy seguro que solo sea un sueño, tal vez son recuerdos, pero… no lo sé.
- Vamos cuéntame.
El joven Istar contó su sueño al anciano, mientas éste lo escuchaba atentamente. Al terminar, el anciano dijo:
- Yo creo que tu cerebro está haciendo un esfuerzo por recordar algo. Esto me suena a un episodio de tu vida que en algún momento trataste de bloquear, pero ahora que no lo recuerdas, trata de salir nuevamente.
- ¿Lo cree?.
- Estoy casi seguro. Deberías analizarlo un poco, tal vez saques nuevos y mejores recuerdos.

***

Al pasar de los días, el clima iba cambiando, generalmente las mañanas eran algo nubladas y había de vez en cuando lluvias durante la tarde y gran parte de la noche. En una de aquellas tardes, Harry y la pequeña Vána se encontraban vagabundeando por el bosque, como era su costumbre. Caminando, llegaron al viejo y gran árbol de siempre, ahí se detuvieron a esperar la noche antes de regresar. El río, como dijo Harry, estaba casi a punto desbordarse, pero no les importó mucho estar a orillas de él y correr el riego de ahogarse, los dos sabían que tenía el poder de detenerlo.
La niña estaba muy emocionada de estar con Harry, a quien quería mucho, por su parte, el joven Istar también estaba feliz, la niña lo hacía sentir así. Pasaron un agradable rato platicando y cantando. Cuando estaba ya oscureciendo, Harry encendió una fogata y abrazó a la niña, porque ella tenía algo de frío. Entonces la pequeña lo vio directamente y le dijo:
- Me gustan tus ojos, son muy bellos, reflejan paz.
- ¿A sí?.
- Sí. Sabes, te tengo una regalo, espera aquí. – la niña se levantó y fue hacia su pequeña bolsa de cuero, de la cual sacó una pequeña flor pálida muy bella.
- Toma – se la dio al chico, mientras se sentó junto a él frente a la fogata. – Se llama niphredil – le dijo – y solo se consigue en un lejano bosque solitario y olvidado del mundo antiguo. ¿Te gusta?.
- Es muy hermosa. –dijo el joven, maravillado ante la belleza de la flor.
- Esta flor – continuó la niña con voz queda, pero segura, – representa lo que siento por ti.
Harry volteó y la miró detenidamente. Él pudo ver en los brillantes ojos de la chiquilla cuanto amor le tenía. Entonces se sintió sobrecogido, ella solo era una niña para él. Sí, también la amaba, pero como quien ama a una hermana, o al menos eso creía él entonces.
- Vána… - comenzó a decir, pero no pudo continuar, la pequeña lo observaba con sus grandes ojos y le sonreía tiernamente, pensando en que podría ser correspondida. Pero él no tenía el corazón para despreciarla, aunque tampoco podía estar con ella. Harry levantó su mano y acarició su rostro, pero no le sonrió, se sintió triste de no poder corresponderle come ella quería. En aquel momento la niña se le acercó poco a poco, sin apartar su mirada, tomó su mano entre las suyas y, en un arranque, lo besó en la boca con ternura. El muchacho sintió aquellos suaves y dulces labios tocar los suyos, pero no pudo corresponder ante aquella muestra de amor, se aterró y pronto se separó de ella, con el miedo de lo que en su corazón pudiera surgir. << ¡es solo una niña! >>, se repetía una y otra vez. Entonces volteó y la miró atentamente. La pequeña también lo miraba sin sonreír.
- Vána – comenzó Harry – tu sabes lo importante que eres para mí, sabes cuanto te quiero. Pero no quiero que confundas las cosas. Eras muy pequeña aún. Yo… yo no soy el indicado y éste no es el momento tampoco. ¿Entiendes lo que te digo?.
La niña no dejaba de mirarlo, mientras sus ojos se llenaban de lágrimas. Entonces se levantó de repente y comenzó a correr, alejándose del lugar, mientras unas gruesas gotas de lluvia comenzaban a caer a su alrededor, sin escuchar los gritos de Harry, que la llamaban a regresar. Corrió tras ella, pero no logró alcanzarla, ella desapareció entre los árboles. Sin remedio, el joven Istar regresó a la casa, esperando que ella se dirigiera ahí. No sabía que explicaciones le daría a Cathba de porqué regresó solo y permitió que Vána se fuera al bosque en medio de la noche y sola.
El chico entró a la casa, medio empapado por la lluvia que no cesaba. Ahí estaba el anciano, sentado frente al fuego, esperándolos.
- Por fin llegan. – dijo, pero se dio cuenta que el joven venía solo. - ¿Dónde está Vána?.
El chico no supo que contestar y se tardó un rato en abrir la boca. Cuando estaba a punto de explicarse la puerta se abrió nuevamente.
- Vána – dijo el viejo - ¿dónde has estado?, el joven Istar ha estado muy preocupado por ti. - La niña no dijo nada, estaba empapada por la lluvia. Entonces el anciano entendió y se arrodilló diciendo: - Tula.
La niña se acercó al anciano y lo abrazó por un largo rato. Luego Vána habló por fin.
- Tengo sueño. Me voy a dormir.
- Muy bien – contestó el anciano – Lissë oloori.
La niña se encaminó a cu cuarto, mientras el muchacho seguía de pie, cerca de la puerta.
- Será mejor que tú también te vayas a dormir – le dijo Cathba – Hoy ha sido un día pesado y difícil, para ambos.
Entonces el viejo se volvió a sentar frente al fuego en se metió en sus propios pensamientos.

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