domingo, 20 de enero de 2008

Capítulo VII

Capítulo VII.

Era la primera mañana de Lairë cuando, en un valle cercano, se escucharon los gritos de alguien que parecía ser tratado como una bestia y no un ser humano. Unos hombres altos, fuertes y mal vestidos, los cuales parecían ladrones más que otra cosa, estaban burlándose de alguien, alguien a quien tenía como prisionero encerrado en una caja.
- ¡Vamos, trata de salir si eres tan lista! – decía uno, mientras reían todos a carcajadas.
- ¡Sí, mi pequeña espía, porqué no nos muestras algo de tu magia! – decía otro.
- ¡¡LIBÉRENME AHORA O YA VERÁN!! – se escuchó la voz de quien era su prisionera.
- No hasta que nos digas porqué nos has seguido. – respondió tranquilo uno de los hombres, el que parecía mandar a los demás.
La prisionera ya no respondió.
- Malditos seres mágicos, solo arruinan nuestras vidas.
- ¡Sí claro, como si nunca requirieran de nuestros servicios!
- ¡Pues nunca de los tuyos, bruja!, ¡Ustedes solo causan problemas!
- ¡No soy una BRUJA!
Entonces un rayo de luz azul metálico de disparó del interior de la caja haciéndola explotar en mil pedazos y una figura esbelta y fina de cabello azul oscuro y tez muy blanca se alzó por los aires, como flotando sobre la hierba delicada, mientras un fuerte ventarrón se apoderaba del lugar.
La mujer se posó sobre el césped donde antes estuvo su prisión. Levantó la mano lentamente provocando una nueva corriente salvaje de viento, haciendo que sus captores retrocedieran.
- ¡Pagarán por haberme encerrado!
- ¡TÚ pagarás por tratar de espiarnos y robarnos!
Y uno de los hombres tiró una cuerda y lazó la mano que ella tenía en el aire. En ese momento otro de los tipos hizo lo mismo, sujetándola del cuello.
- ¡¡NO!! – gritó ella.
Inmediatamente los otros dos imitaron a sus compañeros, sujetándola como si fuera una bestia. Ella lucho y peleó, pero a cada segundo parecía más débil, cayó al suelo, derrotada. Los hombres la rodearon.
- ¿Pensaste que tus tontos trucos te salvarían? – dijo uno golpeándola en la cara.
- Has arruinado la bonita casa que te dimos, ahora tendré que castigarte…
Y levantando su mano derecha con la que sostenía una vara, se disponía a golpearla con todas sus fuerzas.
De pronto un rayo de luz roja le desarmó y lanzó a tres metros de distancia de la chica. Todos los demás giraron buscando con la vista el sitio de donde salió ese rayo. Frente a ellos se encontraba la figura erguida de un muchacho de cabello oscuro y ojos verdes. Era el Joven Istar, Harry Potter.
- ¿Quién demonios eres tú?
Pero él no contestó, su mirada iracunda los intimidaba con tremenda facilidad.
- Miren trae un varita, es uno de ellos, es un istar.
El único que parecía no temerle dio dos pasos al frente y escupió hacia Harry.
- Más animales mágicos que no dejan de entrometerse en lo que no les importa.
- Déjala ir.
- ¡Ja!, claro. ¿Algo más? – respondió uno con sarcasmo.
- Sí, que se larguen.
- Claro, cuando los cerdos vuelen.
- ¡Expelliarmus! – gritó Harry, y el tipo salió disparado hasta chocar con un árbol, quedando completamente inconsciente.
- Ahí tienes, ya has volado. Ahora ¡suéltala!
- ¡Nos las pagarás! – chilló el resto.
Todos lo rodearon de tal forma que parecía no haber escapatoria, pero bastó solo un ligero movimiento de su varita y sin decir absolutamente nada, todos y cada uno de ellos quedaron inconscientes.
Luego fue a liberarla. Mientras la desataba se percató de que ya no parecía una mujer tan grande, sino más bien una adolescente no mayor que él y que sus ojos reflejaban más que nada, imprudencia.
- Yo pude haberlo hecho sola, ¿sabes?
- Sí, claro que sí.
El chico se levantó luego de soltarla y comenzó a alejarse.
- ¿A dónde vas?
- Ya hice lo que debía, me voy. Tengo un largo viaje por delante.
- ¡Espera, no!
Ella lo alcanzó y caminó junto a él.
- Está bien, lo acepto, tal vez si necesitaba un poco de ayuda, ¡pero solo un poco!
Harry no hizo caso del comentario.
- Y… ¿tienes nombre?
Él continuó en silencio.
- Vamos, dame tu nombre. – insistía ella.
Harry siguió caminando sin parecer escuchar nada. La chica se quedó parada, impresionada y molesta de que él no le prestaba la más mínima atención. Entonces, como último recurso, la chica alzó la mano he hizo caer un árbol justo frente a él haciéndolo detener. En ese momento ella corrió hasta él nuevamente.
- Por favor, dime quien eres.
- ¿Para qué quieres saberlo?
- Oye, me salvaste la vida, creo que te debo algo.
- No me debes nada.
- Claro que sí, dime quien eres.
- Soy un istar.
- Hay muchos istari en este mundo. Dame tu nombre.
El chico suspiró antes de hablar.
- Harry Potter, ¿contenta?
- ¿Ese es tu nombre?
- ¿Tiene algo de malo?
- No, nada. Espera, ¿a dónde vas? – exclamó cuando Harry la rodeó, saltó el árbol y continuó alejándose de ella.
- Ya contesté tu pregunta, ahora me voy.
- No… rayos.
La chica lo alcanzó nuevamente.
- ¿Puedo ir contigo?
- ¿Qué?
- ¿Me dejas acompañarte?
- No estoy loco.
- ¿Por qué?
- Mira niña, - dijo Harry al momento de detenerse – no tengo tiempo de lidiar con chicas que buscan problemas como tú.
- Me salvaste, ahora tengo una deuda contigo. Debo pagarte, por costumbre, debo salvar tu vida.
- ¿Cómo pretendes salvar mi vida si ni siquiera puedes cuidar la tuya?
- Claro que puedo cuidarme, si adquiero mi verdadera figura.
- ¿A que te refieres con eso?, ¿A caso no eres así?
- No, yo no soy humana, ni tampoco bruja como tú. Yo soy una hada, algo muy diferente.
- ¿Una… hada?
- Si, vengo del bosque encantado de las Campanillas, pero nosotras, para no llamar demasiado la atención y estar de incógnitas, nos tenemos que disfrazar de humanos comunes, lo que implica la disminución de nuestros poderes.
Harry la observó con recelo.
- Déjame mostrarte.
La chica se alejó tres metros de Harry. Cerró los ojos y levantó la cabeza, concentrándose. Comenzó a silbar una dulce y embelesadora tonada. Harry sintió espesarse el aire y una suave corriente que surgió de la nada, haciéndola levitar unos centímetros del suelo, mientras una niebla la cubrió como un capullo. Segundos después una criatura completamente diferente a la que fuera envuelta sobresalió entre la bruma que se disipaba. Era la imagen esbelta de una extraña mujer, con piel pálida como el marfil, el cabello azul como el mar tranquilo. Sus brazos eran largos y delgados, sus facciones finas y delicadas, de sus orejas puntiagudas pendían unos arcillos de oro blanco resplandeciente., y de su espalda sobresalían un par de alas de seda que delicadamente se plagaban y extendían provocando una ligera brisa. La chica tocó nuevamente el suelo y abrió los ojos, aquellos ojos rasgados tan claros como el agua del lago de cristal que tenían la misma mirada de la niña que había rescatado momentos antes. También pudo sentir un enorme poder recorrer su delgado y esbelto cuerpo.
- Esta es mi verdadera apariencia, ¿te sorprende?
- La verdad, sí.
- Soy Alicia, el hada azul, la más joven de mi clan, solo tengo 200 años.
- ¡¿200?!
- Sí, la más vieja creo que tiene más de una edad. ¿Ahora sí puedo acompañarte?
- No.
- ¿Por qué?
- Yo viajo solo. Además, así llamas más la atención.
- Pues aunque no quieras, iré contigo.
Harry comenzó a caminar dejándola atrás y firmemente decidido de que ella no lo acompañaría.
- Magos – concluyó Alicia para sí, cuando comenzó a seguirlo – tan poderosos y tan obstinados a la vez.

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